Roma, verano del 205 dC, un calor sofocante. En el taller de acuñación, un espacio pequeño donde, a pesar de estar bien ventilado, el calor era abrasador, ya llevaban así unos días, era un verano especialmente caluroso.
El suppostor y el malleator están solos en el taller, sudorosos y trabajando a un ritmo infernal para conseguir la producción diaria que se ha hecho más difícil alcanzar al enfermar tres días antes dos de sus compañeros de faena.
En ese momento aparece por la puerta una esclava, mujer de origen parto, capturada niña 8 años antes en el saqueo de la ciudad de Ctesifonte por parte de Septimio Severo , y traída a Roma. Esta mujer, de ojos negros, tez morena, pelo largo y ondulado, cubierta con una suave túnica de algodón que adivina sus voluptuosas curvas, es de una belleza deslumbrante. Es la nueva esclava del praepositus mediastinorum que les trae agua para refrescarse y calmar su sed.
Uno de los dos operarios, el malleator, tan boquiabierto como el suppostor que la tiene frente a sus ojos, y sin detener su trabajo, se gira ligeramente para verla mejor. Con su movimiento ha rotado el cuño de reverso que lleva en las manos. De forma automática le da un nuevo golpe al flan previamente acuñado que el suppostor aún no había retirado fascinado por la belleza de la joven esclava (¿o fue este operario el que giró el flan y no lo retiró a tiempo?).
El resultado es este denario de Caracalla con doble acuñación.
Ese fallo técnico no importa, lo importante es el metal, el módulo y el peso. El control de calidad es escaso y la moneda se pone en circulación.
Acaba en la bolsa de un legionario destinado en el Limes Germanicus, producto de su paga mensual, el cual en una noche de juerga…
CATALOGACIÓN:
- Ceca: Roma
- Datación: 205 dC
- Valor: Denario
- Catálogo: RIC IVa p. 225, 82. Cohen 422
- Conservación: MBC
- Peso: 3,20 gr.
- Diámetro: 17mm.
- Cuños: 7h.
- Rareza. C
- Anverso: ANTONINVS PIVS AVG. Busto laureado y drapeado de Caracalla joven a derecha.
- Reverso: PONTIF TR P VIII COS II. Salus sentada a izquierda apoyando el codo izquierdo en el trono, con pátera en mano derecha alimentando serpiente que surge de un altar redondo.
Uyyyy! por un momento pensé que el martillo del malleator iba a dar sobre la mano del suppostor… ¡Bufff! mejor así.
Está muy bien el microrrelato. Enhorabuena.
– “Ese denario no es bueno, espetó Cato”.
Aulo se quedó con la boca abierta. Acababa de incorporarse a la cohorte, y
confraternizar con los veteranos era una tarea ardua. El juego, y el sacrificio de tener
que fingir una derrota en el mismo, era uno de los caminos más fáciles y directos hacia
el mal entendido compañerismo de los legionarios. Si te protegían en el campo de
batalla, tendrían nuevas oportunidades de desplumarte.
– “He dicho que ese denario no vale”, volvió a repetir el centurión a Aulo.
En esta ocasión, Cato, un centurión curtido, dejó ver su dentadura, mostrando a las
claras que su decisión no sería objeto de negociación. El tintineo de los dados de
plomo en sus respectivos cubiletes cesó, y el silencio sólo era perturbado por los
sonidos cotidianos del campamento. Marco, un veterano que conocía muy bien a Cato,
resopló ante la contingencia que se presentaba: la intransigencia de Cato sumada a la
candidez de Aulo.
– “Deja jugar al chico y terminemos de una vez”, intervino Fulvio.
– “Con esa moneda no”, sentenció Cato.
– “¿Cuando dejarás esos cuentos de viejas?”, le preguntó Marco.
Aulo asistía perplejo a la discusión que había suscitado una simple moneda. Incluso
había olvidado en qué momento llegó a su bolsa. Seguramente fue con su primera
paga, aunque también pudo haber ocurrido cuando vendió sus escasas pertenencias
antes de enrolarse. Por otra parte, la negativa de Cato a aceptar su apuesta había
encendido su curiosidad. ¿A qué se refería Marco con lo de los cuentos de viejas?.
– “¿Por qué no puedo jugar con esta moneda?”, se atrevió a intervenir Aulo.
– “Cato cree que está maldita”, respondió Fulvio.
– “¡¡Sois todos unos cunni babosos!!”, explotó Cato, mientras Fulvio y Marco estallaban
en una sonora carcajada. Fuera de sí, el centurión les volvió a referir sus miedos
ancestrales. Bajando el tono de su voz, susurró lo siguiente:
– “Se dice que nuestro querido emperador y general Caracalla fue maldecido por su
hermano antes de morir. ¿En qué consiste el embrujo? … Nadie lo sabe, pero algunos
aseguran que Geta atormenta a su hermano no sólo con apariciones en sueños sino
también con visiones cuando está despierto. Cuentan que para intentar remediarlas
ordenó promulgar una damnatio memoriae, como si de esta forma fuera más fácil
acabar con sus temores. Lo borró de monumentos, inscripciones, monedas… Pero no
sirvió de nada. Todo lo contrario, desde entonces los fenómenos, apariciones y
augurios nefastos se han multiplicado.
– “Lo que yo decía… cuentos de viejas para asustar a niños miedosos”, recalcó Marco.
– “¿Y qué tiene eso que ver con mi denario?”, preguntó Aulo.
– “Fíjate bien en él”, señaló Cato … “¿qué es lo que ves?”.
– “Veo a mi emperador, y a la protectora diosa Salus”, refirió con convicción Aulo.
– “¿Sólo eso?… fíjate bien… porque yo veo a Geta atormentando de nuevo a nuestro
general por medio de su fantasma. ¡Y en un denario con la advocación a Salus!. ¡Ya
os lo he dicho… es un mal augurio para el emperador y para el Imperio… y no jugarás
con él en mi mesa!”, sentenció el centurión.
Todos permanecieron callados. Mientras tanto, Aulo tomó entre sus dedos la pequeña
moneda de plata y la examinó con una atención producto del miedo y la sorpresa.
Delicadamente la introdujo en la bolsa y la sustituyó por otra para poder mantener su
apuesta. Esta vez se cercioró de que nada anómalo destacara en ella: Apolo
sosteniendo una lira de siete cuerdas y la imagen del venerado Septimio Severo. Aulo
dejó caer el denario sobre la mesa escrutando la cara del centurión.
– “¡Vamos mentulae, te toca tirar a ti!”, dijo Cato interpelando a Marco.
(continuación del relato, cortesía de F. Arnau)