Por Ana Serrano y Manuel Mozo
Durante décadas tan sólo se tuvo información de esta tipología gracias a una somera descripción que de ella hizo Álvaro Campaner en su “Indicador Manual de Numismática Española”. Desde aquella publicación su nivel de rareza se equiparó a la “Urraca de perfil”. A día de hoy la Urraca entronizada se ha posicionado como una de las más raras de toda las acuñaciones castellano-leonesas, tras la “V. Imperatrix“.
La reina se representa con corona rectangular, en posición sedente y portando en su mano izquierda la “virgam virtutis” o vara de la virtud (cetro rematado en flor de tres pétalos). Estamos ante un modelo compositivo semejante al del Tumbo A de la Catedral de Santiago de Compostela, que sin embargo nunca antes se había representado en una moneda. Se añade además una particularidad: la reina aparece con la mano derecha visiblemente desproporcionada realizando el gesto de la “benditio latina” (con los dedos pulgar, índice y anular extendidos y los demás flexionados).
Este gesto, que desde la tradición de la Oratoria del mundo clásico perdura hasta la Edad Media, indica que se está en posesión de la palabra. Bien es sabido que en la cultura latina el lenguaje gestual adquiere muchísima relevancia en la comunicación oral, y como vamos a ver, también en la comunicación plástica.
La representación de la elocuencia: el gesto de hablar
La expresión de la comunicación, la comprensión del mensaje, y su recepción por parte del observador siempre ha sido un tema crucial en el Arte. Las diferentes acciones siempre se han reflejado en la imagen mediante la recreación de escenas, la búsqueda del movimiento y la expresividad. Pero ¿cómo podemos representar la intencionalidad de un personaje que habla? Es decir, ante el estatismo de un orador, aparentemente sin contexto como puede ser una escultura exenta o un retrato en una moneda, ¿cómo podemos saber que ese personaje está hablando?
Como ya hemos adelantado, en la cultura romana la gestualidad era muy importante, al igual que el hecho mismo de hablar y expresarse correctamente en público era signo de distinción social. Niños y jóvenes eran educados en el uso de la palabra, retórica y dialéctica.
Pero hay que tener en cuenta que hablando no contraemos tanto los músculos como con el llanto o la risa (expresiones fácilmente reconocibles en una representación plástica), hablar es algo más sutil y difícil de captar en el rostro a no ser por el simple hecho de tener la boca abierta y su movimiento. Por ello hay una parte del cuerpo humano que representaba el gesto de hablar, y no era la boca. Era la mano. El gesto de los brazos al hablar, el uso de la mano y sus posiciones ya fue mencionado por Quintiliano (Institutio oratoria, XI, 3.85-7):
“En cuanto a las manos, sin cuya ayuda toda alocución sería deficiente y débil, apenas puede mencionarse la variedad de movimientos y posturas de las que son capaces, hasta el punto de que casi alcanzan en expresividad el poder de la propia lengua; pues otras partes del cuerpo ayudan al orador, pero éstas, me atrevería a decir, hablan por sí mismas. Con las manos preguntamos, prometemos, llamamos a las personas y las mandamos ir, amenazamos, suplicamos, inspiramos disgusto o miedo; con las manos expresamos alegría, la pena, la duda, el reconocimiento, la penitencia e indicamos la medida, la cantidad, el número y el tiempo. ¿Acaso no tienen nuestras manos el poder de excitar, de detener, de implorar, de mostrar nuestra aprobación, admiración y miedo? ¿acaso, al señalar lugares y personas, no alivian a los adverbios y a los pronombres de su tarea? En fin, entre la inmensa variedad de idiomas propios de tantas naciones y gentes, el lenguaje de las manos resulta ser común a todos los hombres”.
En este fragmento Quintiliano describe la importancia de las manos en el énfasis del mensaje y de las emociones. El lenguaje de las manos adquiere por su elocuencia una relevancia fundamental en el Arte, ayudando no sólo a la transmisión del mensaje sino incluso a expresar el propio hecho de la acción de “hablar”.
Como explica Moshe Barasch en su obra “Giotto y el lenguaje del gesto” (Akal, 1999):
“En la antigua Roma existían dos referencias propias de la elocuencia, “la adlocutio” y “la acclamatio” que dejaron una impronta decisiva en la manera de representar los gestos de la palabra en el arte europeo posterior”. En la “adlocutio” (discurso) la autoridad comenzaba levantando la mano (fig 1) para reclamar calma y atención por lo que este gesto de levantar la mano quedó unido a la dignidad del gesto elocuente, de la palabra.
En este sestercio de Calígula vemos representada también una adlocutio. Rev. ADLOCVT / COH, Calígula en pie junto a la sella castrensis (la sede del jefe del ejército) arengando a los soldados. Áureo&Calicó
La “acclamatio” era más propia del pueblo que escucha; también se hacía con la mano derecha levantada y con los dedos pulgar, índice y corazón extendidos mientras que los otros dos quedaban recogidos hacia la palma (fig 2), en un gesto que recuerda claramente al gesto cristiano de la bendición. Mediante ambos gestos el mundo clásico transmitió a la posteridad la noción de la dignidad del discurso.”
La benedictio o benditio latina
Por encima de todos los gestos presentes en la iconografía cristiana de todos los tiempos destaca uno: el gesto de bendición o benedictio latina (benditio latina). Es fácil deducir que este gesto procede de la “acclamatio” romana. Sin embargo en la Edad Media no siempre va unido a la acción de bendecir. En muchas representaciones (religiosas o no) la mano con ese gesto simboliza el acto de hablar o estar en posesión de la palabra.
En la Edad Media la importancia del gesto de hablar es mayor si cabe teniendo en cuenta que las tres religiones del Libro se basan en la Palabra (Cristianismo, Judaísmo e Islam). Mientras que en el Judaísmo y en el Islam la educación del Libro es fundamental (Corán y Torá están íntimamente ligados a la enseñanza, la instrucción y la pedagogía), en el Cristianismo el pueblo no sabe ni leer ni escribir. En la Edad Media la Evangelización se realizaba a través de la transmisión oral y la imagen conjuntamente. El uso de la palabra representada en imágenes adquiere por tanto una relevancia fundamental en la evangelización. Pero también en la transmisión del mensaje político. Las dificultades que entrañaba la correcta representación del mensaje eran vitales para el artista medieval.
En la comparación de la imagen de Urraca con el Pantocrátor de Sant Climent de Tahull (obras coetáneas) observamos que la posición de los dedos es exactamente la misma: por una parte levantan el brazo en actitud de alocución (van a decir algo importante) por otro lado flexionan los dedos, están en posesión de la palabra. De hecho Cristo tiene en su mano izquierda un texto indicando lo que dice: Yo soy la Luz del mundo.
Volvemos con Urraca. En su imagen entronizada vemos esa mano desproporcionada y entendemos por lo dicho que estamos ante una escena parlante, donde la reina, investida con sus atributos reales, hace una alocución (adlocutio) ya sea por motivo de un juramento, ratificación de privilegios o por una arenga, y es una acción en virtud de su poder como reina de los leoneses (Vrac Regin[a]/Legionensi[s]). Un momento que debió ser lo suficientemente trascendente en su vida política como para inmortalizarlo en el anverso de una moneda de forma absolutamente inequívoca.
Contexto histórico
En mayo de 1117, en el conocido como Pacto del Tambre, la reina se comprometió a dejar progresivamente las riendas de sus estados en manos del heredero, su hijo Alfonso Raimúndez. Permitió reinar a éste con plenos poderes en Galicia (con ella como reina oficial) dejándole paso libre a través de su reino leonés, sobre el que aún mantenía un poder efectivo. El fin era poder pasar libremente a través de él y apoderarse del reino homónimo de Toledo (a la sazón en manos aragonesas). El ataque se produjo en 1118 y culminó con la toma de Segovia en el año 1123.
La transmisión de la gestualidad de la mano: sincretismo religioso
Ya hemos hablado en alguna ocasión sobre el fenómeno cultural del sincretismo religioso, éste se produce fundamentalmente en la transmisión de modelos iconográficos que perviven a través de los siglos por encima de culturas y religiones. Esta particular persistencia ocurre porque el poder de dichas imágenes es tal que cabalgan sobre los mundos de los conceptos a pesar de los cambios sustanciales de religiones y formas políticas. La imagen pervive casi intacta pero cambia la superficie conceptual, no sus cimientos.
En el caso del gesto de bendición cristiana hemos visto que tiene una profunda raigambre en la cultura romana, y a través de la Oratoria llega como clave de comunicación al arte de la Edad Media. Pero antes de esa iconografía la mano con dos dedos flexionados ya estaba presente en los cultos tracios del siglo V a.C. en relación al dios Sabacio. Este culto mistérico llegó a Roma a través de la Magna Grecia como liturgia dionisíaca y estructuralmente se entiende como una doctrina de la Salvación, entroncando así con la religión cristiana.
Mano sabacia encontrada en el pecio Escombreras con destino a Cartago Nova (Museo Nacional de Arqueología Subacuática. ARQVA, Cartagena, Murcia). Foto: ARQVA