Por Javier Varela
Las damas le hechizan, los frailes le pasman, los lobos le aturden, los cojos le baldan.
Hechizo parece esta lenta calma con su arrobamiento y su nariz larga.
Más que esté hechizado parece bobada pues nadie lo está de los que agravian.
Sátira dedicada al Rey.
Durante muchos años, incluso siglos, la visión sobre el reinado de Carlos II se debatió entre la catástrofe y la indiferencia. Lo segundo como consecuencia, quizás, de lo primero porque, ¿para qué hurgar en nuestras miserias? Carlos II interesó poco y mal hasta anteayer, cuando una nueva generación de historiadores decide aparcar esos complejos, si es que los hubo, y meterse de lleno, y de verdad, en analizar el reinado del último de los Austrias españoles, eliminando para siempre muchos de los aspectos de la leyenda negra que le acompañan. Lejos de tratar de configurar un regio ranking de dudoso honor, lo cierto es que la historia de España está llena de otros monarcas que con mucha mejor “prensa” fueron bastante más nefastos que “El Hechizado”. Y es que ni el apodo le deja bien parado, sobre todo si lo comparamos con “El Piadoso”, “El Prudente”, “El Político” o no digamos si la comparativa es con “El Hermoso”.
Henry Kamen afirma con rotundidad que “ningún reinado de la historia de España goza de peor fama que el de Carlos II” y esa fama es achacable fundamentalmente a los observadores foráneos de la propia época. Embajadores, diplomáticos, escritores… de cualquier pelaje y, ¡oh, casualidad! fundamentalmente franceses parecen ponerse de acuerdo para transmitir las calamidades de este rey y su reinado, empeñados en magnificar la decadencia y de paso legitimar la opción borbónica de un futuro, sin duda, brillante y armonioso en la figura de un Felipe que con simplemente su apodo (“El Animoso”) ya ganaba la primera batalla. Pero tampoco la propia historiografía española de los siglos XVIII, XIX y XX le dejaron en buen lugar (sólo lo salva la catalana y teniendo en cuenta lo acontecido en 1714 entendemos el porqué). El periodo de la ilustración contribuyó, también, decisivamente a cavar un poco más la fosa y años más tarde en plena Restauración, Cánovas del Castillo, convirtió a Carlos II en el exponente máximo de la decadencia de la Casa de Austria y del Imperio.
Era como tantas otras veces una cuestión de bandos, de luchas por la hegemonía de Europa y, por ende, del mundo. Detractores y partidarios de Austrias y Borbones juegan sus cartas en todos los escenarios posibles. La partida no fue fácil para el Habsburgo. En frente estaba la Francia de Luis XIV considerado por los “influencer” tanto de la época como actuales como un rey de los que no hay y ya no quedan. Aún así y con todo, la España de Carlos II vivió una época de cierta estabilidad. La Paz de Nimega (1678) contribuyó decisivamente a ello y las pérdidas territoriales, aunque las hubo, fueron mínimas. También hubo hambrunas e incluso la peste hizo su aparición en el trienio que va desde 1677 a 1679 y también hay quien ahonda en la idea de la enormes desigualdades económicas entre una Castilla pobre y una Corona de Aragón rica que enlaza con la notable diferencia en la percepción de este rey que se tuvo en el centro y la periferia.
Desde el punto de vista económico, el reinado de Carlos II no podía ser menos y ha sido tradicionalmente proyectado como de declive absoluto. Sin embargo, es durante su reinado cuando se llevan a cabo la disposición monetaria de 1680-1686 causante, en gran parte, de la estabilidad económica que realmente gozó el imperio a partir de estos momentos (además de una reforma del sistema fiscal y tributario de gran calado). Y esta estabilidad es de enorme importancia y mérito, más si tenemos en cuenta que la situación de la Hacienda Castellana que hereda María Teresa de Austria durante la regencia es cercana al colapso; desde el principio se supo ver que el problema nacía de la propia situación monetaria y más concretamente de la moneda de vellón:
Cecilia Font de Villanueva, en “La estabilización monetaria 1680-1686. Pensamiento y política económica”.
“Podemos afirmar que, en líneas generales, todos aceptaron la doctrina tradicional tal como había sido establecida por Aristóteles y los clásicos. Así, se refirieron continuamente al valor intrínseco y extrínseco del dinero y a la necesidad de que ambos valores estuvieran correctamente ajustados. Al exponer las causas del problema de la moneda, todos hicieron referencia al desajuste existente entre ambos valores y todos defendieron la necesidad de emitir una nueva moneda en la que ambos valores estuvieran correctamente establecidos”.
Y es que el sistema monetario con el que arranca el reinado es el mismo que ordenaron los Reyes Católicos en la Pragmática de 1497 de Medina del Campo: un sistema monetario bimetálico, con el oro y la plata como referencias y el vellón, con limitaciones de acuñación, para moneda fraccionaria. Pero ya, desde el siglo XVI, no se respetaron esas limitaciones, se acuñó masivamente vellón, mientras que la plata y el oro, que, si tenían libertad para su fabricación, quedaron atesoradas por particulares cuando no exportadas. El caos monetario era un hecho desde antes de la llegada de “El Hechizado” pero es justo ahora, bajo su reinado, cuando se aborda una importante reforma monetaria cuya principal idea era “decretar una baja transitoria del todo el numerario de molino circulante, con la idea de decretar su definitivo consumo cuando la situación fuera propicia para ello”. Además se dictó una drástica reducción a la cuarta parte del valor de toda la moneda de vellón circulante. Pero no fue un camino fácil y en 1684 una nueva pragmática, deroga la prohibición de la 1680. Finalmente en 1686 le toca el turno a la plata y el oro: el marco de plata continuaba teniendo la misma ley y peso que se estableció en Medina del Campo pero con la diferencia del número de piezas labradas por cada marco. Es entonces cuando empezamos a hablar de circulante de “plata vieja y plata nueva”. El gobierno se alineó claramente con la idea de retirar progresivamente la vieja y, para estimular la fabricación de nuevas monedas, eximió a todos los que llevaran a acuñar plata de vajilla del pago de los derechos de señoreaje. La estabilidad económica generada desde estos años parece indicar que las reformas, a pesar de las enormes dificultades y de que no siempre tuvieron el alcance deseado, tuvieron un efecto positivo.
Los enclaves europeos
Al margen de la península y de los territorios de ultramar, el Imperio conservaba prácticamente intactas sus posesiones europeas. Mientras que la situación en los Países Bajos fue siempre de cierta inestabilidad y requirió en ocasiones de ayuda internacional (fundamentalmente británica), la situación en la península italiana era de gran solidez. La inestabilidad internacional solía venir siempre de la mano de la Francia de Luis XIV sabedor de las dificultades económicas y de las debilidades militares españolas. El caso de la península italiana, dicha solidez se consiguió fraguando durante años un elaborado entramado clientelar que, en forma de virreyes (para Nápoles y Sicilia) y Gobernadores (Milán) consiguieron tener bajo control la situación (algo que no eximió de revueltas puntuales a Nápoles y Sicilia). Estos virreyes, que en un principio eran miembros de la propia familia real, con el paso del tiempo pasaron a ser los miembros de las principales familias nobiliarias del lugar, lo que contribuyó de manera notable a fortalecer esa estabilidad.
Hablan algunos historiadores de la existencia de un Carlos II en “clave italiana”. Un monarca que diferiría en factores varios del mismo Carlos II peninsular o del rey de las Indias. El Carlos II italiano, su corte y dinastía están íntima e indisolublemente ligado al arte italiano del momento. Se crea así una peculiar relación entre arte y poder que se puede observar en todos los órdenes culturales y donde la numismática no es una excepción. No es, pues, casualidad el esmero y la belleza con que maestros de ceca y ensayadores, como Andrea Giovane y Antonio Ariani, acuñan estos ejemplares:
Italia, más concretamente Nápoles, se había convertido en un auténtico laboratorio artístico que perseguía no solo alcanzar altas cotas de bellezas sino el proyectar una imagen positiva tanto de la Corona como del propio rey. Y así encontramos, por ejemplo, estos reversos donde, en armonía, conviven elementos tan dispares como un orbe occidental coronado con una cornucopia y un fascio entrecruzados. Ningún elemento novedoso o que no conozcamos ya, al contrario, nos encontramos con elementos decorativos plenamente consolidados: ¿acaso algo más tradicional en la numismática que una cornucopia o un fascio?
El otro foco es el Milanesado, plaza de especial simbolismo pues es justo en el final del reinado de Carlos II cuando se pierde de manera definitiva un territorio que había pertenecido a la corona española desde mediados de siglo XVI. El Tratado de Utrecht despojó a Felipe V de cualquier atisbo de recuperar este territorio que seguiría bajo el poder de los Habsburgo pero ahora bajo corona austriaca. Dejando al margen el busto infantil y el que se acuña junto a su madre Mariana de Austria en el periodo de regencia, la madurez y la decadencia de este reinado se reflejan en dos bustos concretos y diferente en dos únicas fechas: 1676 y 1694. Piezas de enorme presencia, acuñadas a martillo y de característico canto irregular, estas piezas son coetáneas a las famosas macuquinas americanas. La comparativa entre ambas, nos deja bien a las claras el singular y especial esmero con que los maestros de ceca italiano labraron estas monedas.
En medio de un panorama tradicionalmente sombrío y decadente, cabe preguntarse si la numismática de Carlos II es una víctima más (y colateral) de un rey y de un reinado tradicionalmente desprestigiado. Por la cantidad y calidad de sus piezas podemos concluir que en este periodo se acuñan ejemplares de altísima calidad tanto técnica como estéticamente pero, ¿suscita entre los coleccionista el mismo interés que otros reyes?
“No fue un anormal ni un cretino, sino un mediocre, de salud enfermiza, de voluntad débil (…). No le faltaban buenas cualidades: era humano, sencillo, consciente de sus deberes; pero lo faltó mucho para estar a la altura de su misión (…). En otras circunstancias, en épocas más bonancibles, puede que hubiese dejado buen recuerdo, como lo dejó Fernando VI, que no tuvo mayores alcances, y que tampoco dejó sucesión, sin que por eso le moteje, antes bien, se le alabe de buen rey”.
Antonio Domínguez Ortiz (Historiador)
Bibliografía
-García Cárcel, Ricardo et alii.: Historia de España: Siglos XVI y XVII: la España de los Austrias.
-Font de Villanueva, Cecilia: La Estabilización Monetaria 1680-1686. Pensamiento y política económica.
-Frutos de, Leticia: ¿Carlos II en clave italiana? Fundamentación del gusto durante el reinado del último Austria (1665-1700).
-Recursos web varios.