No es frecuente encontrar textos literarios cuyo tema esté vinculado a la producción monetaria. Como excepción, algunas obras centran su atención en la vida en Potosí durante el s. XVII y no es de extrañar. El descubrimiento de la existencia de grandes cantidades de plata en el Cerro Rico en 1545 permitió instalar una población a sus pies, con el estatuto de cilla imperial desde 1565, que creció rápidamente hasta exceder de 150.000 habitantes en 1650, afanosos muchos de ellos de fortuna. La plata de Potosí transformó la economía mundial desde entonces hasta mediados del s. XVIII al multiplicar la plata en circulación.
La actividad minera desarrollada en Potosí es importantísima. En la villa se edificaron sucesivos y numerosos ingenios o edificios adecuados para beneficiar o tratar el metal. Además, uno de sus habitantes, el religioso lepero Alonso Barba, escribió entre Potosí y Charcas (la actual y bellísima ciudad Sucre) su Arte de los metales, publicado en Madrid en 1640, en el que revoluciona la forma de depurar la plata con el azogue.
Además de mineros encontramos entre los habitantes autoridades reales, soldados, señores o artesanos, junto a tahúres y prostitutas. Había iglesias con altares enteramente hechos de plata, teatros, tablados y mesones, dentro de una villa estructurada conforme a un plano damero, en la que algunos barrios distinguían a sus pobladores, entre ellos los “vascones y vicuñas”, enfrentados a comienzos del s. XVII por el control de la producción de algunas minas.
Dada la enorme cantidad de plata y para evitar fraudes, en 1572 se instaló en la ciudad la Real Casa de Moneda. Con el tiempo, algunos ensayadores del establecimiento autorizaron la acuñación de moneda baja de ley que generó un escándalo que obligó a adoptar medidas sobre la circulación de su moneda entre 1649 y 1651.
Al final del período más álgido de la ciudad, entre 1673 y su fallecimiento en 1736, Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela escribió una crónica titulada Historia de la Villa Imperial de Potosí reflejando unos hechos que serán después aprovechados por otros escritores.
Este ambiente barroco determinado por la fiebre de la plata, que combina linajes, procesiones y ceremonias bien diversas con teatros, fiestas, disputas y gente de mal vivir ha generado una literatura no suficientemente conocida. Un grupo de obras literarias son relatos de viajeros españoles durante el siglo XX, compilados en Tríptico de Potosí (crónica y elogio lírico de la Villa Imperial), editadas cuidadosamente por los Cuadernos de la Cultura Boliviana en 1956 y 1965.
El primer autor es Eugenio Noel, que viajó a Bolivia y publicó en 1925 dos artículos en La Esfera, dentro de una visión noventayochesca. En Cerro Madre de América imaginaba así el ambiente urbano: “Naipes, vino, toros, ferias, fiestas, aparato de músicas, doradas andas de imágenes… Treinta y seis casas de juego; ocho escuelas de esgrima; catorce tabucos de reburacos; espadachines; fieras luchas de bandos entre andaluces y vascongados; mujeres vengadoras en ‘campo abierto’, como Doña Juana y Doña Luz Morales; comedias; bailes peruleros; justas y cintas corridas sobre enmascarados paseando diestros caballos chilenos; ejecuciones; misas de amanecida; bandos de enmascarados paseando las calles con candelas; bellísimas doncellas en apuro y ermitaños errabundos”.
En Ante las máquinas de la Casa de la Moneda, Noel describía el esfuerzo de edificar un establecimiento de esta clase en un paraje sin madera ni otros elementos que hubo que transportar con muchos esfuerzos. En su visita, explica que “Ahora la maquinaria vieja está arrumbada en salas inmensas, como galpones, pero de recias murallas. Patios y más patios, callejones y sótanos, y ante los ojos crisoles, de herrumbre, los molinos de laminación de la Fielatura, el andén de las mulas, hileras de arañas, los aparatos de corte de tejuelos, limadores, hornazas y tiestos, quimbaletes y los trituradores tremendos de las almadenetas de bronce”.
Dentro del mismo volumen comentado podemos leer Canto español a Potosí, un relato breve escrito por Ernesto Jiménez Caballero tras su visita a la ciudad en 1955, en el que explica en un pequeño capítulo que el virrey Francisco Álvarez de Toledo, fundó la Casa de la Moneda, las Cajas Reales para la plata y la Catedral de la villa el mismo día de 1572.
Aparte de los relatos de viajes, puede mencionarse la existencia de varias novelas que centran sus argumentos en el Potosí del s. XVII. La primera es La campana de plata. Interpretación mística de Potosí, de Alberto de Villegas Pérez (1925), la segunda es Era una vez… historia novelada de la Villa Imperial de Abel Alarcón (1940), la tercera es El precursor, o sea El romance de don Joseph Alonso de Ibáñez de Manuel Frontaura Argandoña (1941). Pero la que en este punto interesa es Cuando vibraba la entraña de plata (crónica novelada del siglo XVII) de José Enrique Viaña (1898-1971), publicada en Potosí en 1948.
Esta novela cuenta con una segunda edición de 2016 precedida de un Estudio introductorio. De aleaciones y lenguas en Bolivia: la novela histórica de José Enrique Viaña firmado por Alba María Paz Soldán, que es excelente (https://es.scribd.com/document/373949155/Cuando-Vibraba-La-Entrana-de-Plata-Jose-Enrique-Viana). La primera edición tiene un vistoso plano evocativo de la ciudad para apoyar la lectura y ubicar al lector, además de unas bonitas ilustraciones a la pluma de Ricardo Bohórquez que lamentablemente no aparecen en la segunda.
La novela de Viaña es de las que pueden adjetivarse como de capa y espada y sitúa a unos personajes cuyas circunstancias son útiles para realizar una precisa descripción de algunos ambientes de la ciudad en el siglo XVII, procurando retrotraer al lector a la época empleando una recreación de los lenguajes y acentos que pudieron convivir en la villa imperial con los que describe algunos contextos, como la luchas por el control de los ingenios, las costumbres de los habitantes de la villa y la producción minera que le da vida.
La parte más interesante de la novela en lo que a este punto interesa es el tratamiento de la plata desde que es extraída de la mina hasta su limpieza final. Viaña había trabajado en la mina y conocía perfectamente la forma de trabajar ella, pero se centra también en la molienda de la piedra y las distintas formas de refinado con azogue, tanto antes como después de la obra de Barba antes mencionada.
La descripción de las actividades es profunda en el texto y ligera en la lectura, facilitada gracias a un útil y fácil glosario que se incorpora al final y que es de lectura muy recomendable.
Lamentablemente, poco dice de la Real Casa de la Moneda, a salvo de la gran relevancia que tenían los responsables de la misma en las solemnidades, que también describe, así como algunos de sus cargos (fieles y veedores), además de la presencia del establecimiento, configurado como una referencia urbana inevitable.
El interés por la minería permanece en la actualidad en Potosí y en su literatura. Hay un personaje que marca la entrada en las minas actuales, llamado El Tío, que es considerado como el dios del inframundo en Cerro Grande y representado como un demonio al que los mineros ofrecen tabaco, coca y alcohol en búsqueda de su protección. El escritor Víctor Montoya, oriundo de Potosí aunque residente fuera desde hace años, ha empleado a este personaje como hilo argumental en sus Conversaciones con el Tío de Potosí, una sucesión de cuentos en los que el escritor dialoga con su irónico interlocutor y ayuda a encontrar sus historias.
Sin duda, la ciudad boliviana de Potosí marcó una época en el mundo entre los siglos XVI y XVIII muy atractiva para el lector actual.