Ahora sentimos como algo cotidiano y casi desapercibido la presencia del retrato de nuestro gobernante en nuestros bolsillos. No siempre fue así. El retrato como fenómeno artístico se elaboró en un proceso paulatino hasta llegar a la moneda y ocupar un lugar protagonista en el diseño de ésta. Este fenómeno tuvo un momento muy señalado en la Historia: fue Julio César la primera persona que sistematizó el uso de su retrato en sus acuñaciones inaugurando una nueva era en el diseño numismático.
Hasta tal punto fue así que las monedas oficiales a partir de ese momento mostraban la imagen del gobernante no ya sólo como propaganda política sino como imagen inherente al propio dinero. La oficialidad estaba refrendada por el retrato del emperador y paralelamente se realizaba una construcción de la imagen de éste. Algo parecido a lo que hoy entendemos como ese trabajo que hacen los gabinetes de imagen de los políticos para convertirlos en líderes.
Esa construcción de la imagen está contrapuesta al retrato realista procedente de la tradición de las “imágenes maiorum”. Os remito a un anterior artículo sobre El retrato romano republicano en la moneda. El retrato realista no era útil ni conveniente para los objetivos que buscaban la construcción de la imagen del emperador. Los parámetros deberían estar más cercanos a la idealización y la heroización del personaje, más que a la representación fiel de sus rasgos fisionómicos. Este cambio de concepto que estaba muy arraigado en la cultura romana y que provenía de los etruscos tuvo su referencia, cómo no, en el arte griego, y se sentó sobre las bases del carácter de “lo público”, frente al retrato privado romano. De hecho, los primeros retratos idealizados de Roma fueron esculpidos por artistas griegos.
Y aunque podemos estar tentados de poner en tela de juicio la originalidad romana, hay una gran aportación latina totalmente antigriega a este tipo de retrato: es el concepto de retrato-cabeza. El artista griego concebía el retrato humano como un todo, sin fragmentar. El concepto de perfección estaba ligado a la terminación y la totalidad de la imagen. La trascendencia de tal costumbre romana, representando solo la cabeza, estaba diametralmente opuesta al idealismo griego de perfección. Y sin duda ya sabemos la repercusión que supuso la representación de los retratos de cabezas en esculturas (para togados hechos en serie) y para la moneda.
Hay por tanto un salto hacia lo trascendental en el retrato imperial. Y es justamente esa trascendencia de lo meramente terrenal lo que aporta un sentido de liderazgo a la imagen del emperador, en una construcción que abrirá el camino a un tipo de retrato idealizado que con escasas modificaciones se seguirá utilizando a lo largo de toda la historia de la retratística en la Numismática.
En la posteridad, la moneda romana imperial sirvió de modelo e inspiración para pintores y escultores, especialmente en el Renacimiento, donde los mecenas poseían en sus gabinetes de curiosidades conjuntos de monedas antiguas que servían como repertorio iconográfico inagotable.
Tal fue la consagración del modelo, que los retratos de los césares se convirtieron en el paradigma de retrato de gobernante hasta la actualidad. Y no sólo como una simple pose heroica, sino acompañando indisolublemente la imagen como calificativo de “gobernante modélico”, independientemente de sus méritos como tal. Imaginémonos el poder del modelo.
De sus retratos se han hecho versiones y copias que han servido no sólo como mera decoración, sino que con su presencia se imprimía prestancia, seriedad y oficialidad a salones o hemiciclos, sillones y mesas, portadas y despachos. Así, en nuestro imaginario, la construcción del retrato imperial ha sido tal que ha llegado hasta la representación de los políticos actuales o gobernantes que no comprenden otra forma de retratarse que no sea “a la imperial”.
Pero ¿qué significa esa representación en la actualidad? Poder, tradición, oficialidad, élite, estabilidad y sobre todo, legitimación.
Los sestercios de la subasta especial de Jesús Vico
Pero volvamos de nuevo a los orígenes de la representación imperial como modelo, a la época del Alto Imperio de Roma. En la actual subasta especial de Jesús Vico se presenta una espléndida colección de sestercios donde podemos corroborar todo lo que estamos tratando ahora. Fue precisamente gracias al gran formato de estas monedas donde el retrato imperial romano adquirió toda su relevancia. Si a ello unimos las leyendas con los nombres y títulos de los retratados, tenemos además una fuente histórica de primer rango. No en vano la moneda es el principal medio a través del cual conocemos los rostros de los emperadores romanos. No ocurría esto con la escultura en mármol o plástica relivaria de la que desgraciadamente apenas conocemos sus nombres.
Empezamos el recorrido por dos sestercios en un excepcional grado de conservación, se trata de Calígula y su hermana Agripina. Observamos cómo el modelo de retrato divinizado está plenamente instaurado dentro del estilo. Es el modelo de retrato augusteo: la identificación unívoca del prínceps con el estado arranca con Julio César y lo continúa la dinastía julio claudia.
Uno de los retratos de emperadores más distinguibles por sus peculiares rasgos fisionómicos es el de Nerón. Con este emperador se inicia una fase que podríamos denominar de “barroquización”, en línea con su personalidad. El fin de la dinastía julioclaudia parece acabar con la idealización, aunque es algo temporal. En los retratos seleccionados podemos apreciar una comparativa en la evolución del retrato de Nerón desde su juventud a la madurez en estos dos sestercios de gran rareza y con preciosas pátinas marrón y verde respectivamente. Destaca el reverso del sestercio de la ceca de Lugdunum con una escena de “decursio” , un entrenamiento militar ecuestre con el que Nerón gustaba retratarse.
Seguimos con los retratos de la dinastía flavia. En los ejemplos de los sestercios de Vespasiano y Domiciano se aprecian los cambios de nuevo hacia el realismo, aunque como ya hemos dicho, ese alejamiento del idealismo será una cuestión temporal, meramente política. En estos retratos apreciamos esa vuelta a la tradición republicana alejada del idealismo del poder heroizado. Es un intento de acercamiento al pueblo.
Cuando hablamos de idealización no queremos decir que el retrato se aleje de los rasgos fundamentales del retratado. El caso de Nerva es significativo en este sentido porque magnifica una cualidad que era muy destacable para los romanos: la nariz prominente. Ya hablamos del retrato de Nerva en un artículo anterior. En la cultura romana la nariz era un signo distintivo de inteligencia, nobleza, y belleza. Plutarco destacaba este rasgo fisiognómico de Marco Antonio relacionándolo con su inteligencia. Por eso, aunque hablamos de retrato idealizado, la nariz se representa como era o incluso de mayor tamaño puesto que ponderaba esa cualidad que era tan bien considerada en un gobernante romano. (Recordemos que incluso hoy día a la nariz aguileña también se le denomina “nariz romana”).
Si hablamos de retrato heroizado sin duda tenemos presente el retrato de Trajano. Su rostro inmutable es fácilmente reconocible en monedas y esculturas, tal fue el desarrollo de su retratística durante su gobierno. Con ese nuevo retroceso de Trajano hacia la idealización se inicia la etapa antonina que perpetuará este modelo de retrato a lo largo del Alto Imperio. Estos magníficos sestercios destacan tanto por su grado de conservación como por sus preciosas pátinas, marrón y verde claro respectivamente.
Como hemos dicho con la dinastía antonina perdura el modelo idealizado como vemos en estos sestercios de Adriano (el mítico reverso con la alegoría de Hispania) y su esposa Sabina.
Otro cambio sucede bajo el mandato de Marco Aurelio: de nuevo un giro hacia la “barroquización” que terminará con el retrato idealizado y se desarrollará bajo los emperadores de la dinastía severa. Como ejemplos os mostramos el rarísimo áureo de Marco Aurelio, en el que se aprecian claramente esos rasgos decorativistas, y el sestercio de Caracalla donde el mismo estilo abre ya lo que va a ser un modelo de retrato y en general de estilo artístico radicalmente diferente.
Bibliografía
-Nogales Basarte, Trinidad: El retrato privado romano, Cuadernos de Arte Español, 85. Historia 16, Madrid, 1993.
-León, Pilar: Retratos romanos de la Bética, Fundación El Monte, Sevilla, 2001.
-García y Bellido, Antonio: Arte Romano, CSIC, Madrid, 1990.
-Blanco Freijeiro, A.: Historia del Arte Hispánico I, La Antigüedad 2, Madrid, 1978.
Una maravilla de articulo y preciosos sextercios
Gracias, me alegro de que te haya gustado